sábado, 25 de junio de 2011

Efectos y atención materna.

Vacía su mirada, los labios torcidos, las lágrimas acompasadas de los rítmicos latidos de un corazón ya casi inexistente. La cabeza ladeada, el cuerpo inerte, la botella de alcohol a punto de estrellarse contra el frío suelo. La mirada vacía, el vestido rasgado, las piernas abiertas, los pies doblados de un modo anormal. No siente, no oye, no piensa, es completamente perfecto. Horas inmóvil sentada en un sofá viejo y roñoso, con la atenta mirada, dura y feroz de la figura materna esperando a que recobrase la cordura de un momento a otro. Nada pasa, hasta que el sol tímidamente surge entre la bruma, los tibios rayos solares invaden la sala y por fin los ojos parpadean. El cuerpo responde, se sienta y cierra los ojos un instante. Los sonidos, aquellos asquerosos sonidos que reinan en el lugar, todos tan miserablemente abrumadores, fuertes, que destrozan sus tímpanos. La madre se levanta, da pasos. El suelo retumba en sus oídos, enviando fuertes ondas sonoras al cerebro proporcionando  así un dolor de cabeza casi insoportable. Grita y se lleva las manos a la cabeza, el grito la deja sorda durante unos segundos, el tacto de sus manos en su propia cabeza es simplemente horroroso, todo su cuerpo vibra, las sensaciones son inhumanas. La madre tiene un brillo en los ojos especial, con una mezcla de disgusto, decepción y comprensión. Comprende lo que le pasa a su hija y poco a poco la levanta y la lleva a su cuarto. 

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